Por Carmen Fernández / Ilustración: LaRataGris
Silencio es lo opuesto al ruido. Hay silencios activos, reflexivos y con un valor positivo, de esos que aconseja la prudencia. Cargados de sentido y expresividad. La música también está formada por silencios y las conversaciones y hasta los pensamientos. El compositor John Cage supo hacer de la ausencia de sonidos un arte; en su obra 4’33” un pianista se acercaba al instrumento y se mantenía sin tocar una sola nota durante poco más de cuatro minutos generando el estupor del público. Supuso un hito. En pintura, la obra de Caspar David Friedrich es capaz de reflejar el callado misticismo de la soledad, especialmente en su Monje junto al mar.
También hay silencios pasivos, cómplices e incluso vergonzantes. La historia está llena de ellos. Decía Martin Luther King: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos”. La vergüenza de un silencio cobarde es algo con el que deberán vivir muchos pueblos. También el nuestro.
Silencio es además lo opuesto a la libertad porque el poder social se relaciona con el derecho a hablar, a decidir, a expresar. Cantaba Atahualpa Yupanqui:
Le tengo rabia al silencio
Por lo mucho que perdí.
Que no se quede callado
Quien quiera vivir feliz.
No puede llamarse demócrata un gobierno que legisla cuándo dejar hablar y cuándo hacer callar. Los pasos hacia el autoritarismo son pequeños pero firmes y en el silencio está la rendición, en la mordaza la borreguil obediencia, la muerte de la libertad. Se comienza acallando a los medios, censurando a los molestos y se acaba… todos sabemos cómo acaba.
Todo lo vivo que pasa
por las puertas de la muerte
va con la cabeza baja
y un aire blanco durmiente.
Con habla de pensamiento.
Sin sonidos…
tristemente,
cubierto con el silencio
que es el manto de la muerte.
La Cigarra, Federico García Lorca
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